Reseña sobre la exposición Vórtice en el Museo Liste de Vigo
Intervenciones en diálogo con las imágenes del libro de la fotógrafa peruana Milagros de la Torre deitado por Edicións do Trinque.
Las piezas de María X. Fernández se nos presentan como elocuentes ejemplos de ciertas prácticas contemporáneas. Si el arte era, hasta nuestro tiempo, representación, la progresiva evolución del mismo mesma nos fue llevando a un territorio distinto pasando de la representación a la objectualización, en el cual el arte tiene sentido per se. Y este va a ser el nuevo territorio en que brote la violencia en el arte contemporáneo. En esta línea, María X. Fernández entiende su trabajo como una incisiva mirada a aspectos abisales de la condición humana, a sentimientos hondos y universales-el mal, el dolor-, que ella nos hace ver brillante y emotivamente a través del espejo de la imagen reutlizada y manipulada.
Cárlos Bernárdez - Nós Diario
II TEMPO
Blas González
Sobre la exposición «II Tiempo» de María X. Fernández en la Sala de Apos’trophe de Vigo (Marzo/2022)
La invención de la fotografía en 1839 supuso el mayor desafío a la Historia, cuyo fluir discurría anónimo e invisible por el cauce de los siglos. Exageradas o deformadas en leyendas, cantares y crónicas sobrevivían al olvido las gestas vividas en memorables batallas o los desventurados romances de nobles damas y caballeros. No es difícil imaginar el impacto social que la fotografía causó en la primera mitad del siglo XIX y que ponen de manifiesto el rápido desarrollo que siguió y las primeras urgencias por capturar las imágenes de personas, lugares y cosas. Tal perplejidad causa lo fotográfico, que desde su nacimiento ha sido objeto de reflexión y debate de destacados pensadores.
Es el filosofo alemán Sigmund Kracauer el primero en fijarse en la relación problemática entre la fotográfica y la historia al enunciar, como a pesar de la fidelidad del registro de la imagen fotográfica, esta se encuentra aislada del “fenómeno espacial y de la totalidad del decurso temporal de los hechos”. La memoria registrada por la imagen fotográfica es un fragmento incompleto, un “desecho” que no va más allá de lo visual; desde el punto de vista del significado, las viejas fotografías son dispositivos opacos, carecen de autonomía y no revelan su significado si no son iluminados bajo el tenue e impreciso foco de otros conocimientos y saberes.
Esto convierte a la imagen fotográfica en una sustancia propicia para la búsqueda y la experimentación artística. La materialidad del medio y los tenues vínculos que unen a las viejas fotografías con su espacio y su tiempo, permiten que el artista explore nuevas configuraciones y someta al archivo fotográfico al escrutinio de la imaginación. Subrayo este último punto porque lo creativo tiene especial relevancia en este contexto, ya que el carácter icónico de la imagen opone resistencia a su relocalización en ámbitos ajenos a lo cotidiano. Esta cuestión me parece que ha sido resuelta con notable acierto en la exposición que Maria X. Fernández ayer inauguró en la sala Apo’strophe de Vigo, bajo el titulo “II Tempo”, en la que la artista gallega propone un interesante ejercicio de racionalización de viejas imágenes de niños de la postguerra española.
Más de un centenar de estos retratos infantiles se disponen en forma de rejilla en el panel del principal, obedeciendo a un principio de rigor cartesiano al que la autora somete a estas imágenes silenciadas por el tiempo y por la historia. Como pretendiendo racionalizar el discurso de la historia, la autora sugiere que en la disciplina del el ángulo recto y la línea se podría racionalizar el discurso de la historia, que se extiende con mecánica insistencia a lo largo de la pared, apenas interrumpida por una inquietante forma que parece alertarnos del carácter rizomático que recorre el fluir de la historia.
Insiste Maria X.Fernández en su búsqueda, aplicando métodos de distribución estadística, asignando códigos de colores a los rostros de los niños en función de su expresión -esta apreciación no deja de ser una licencia creativa, al margen de la objetividad taxonómica- y nos conduce a una paradójica conclusión: en el vértice de la sala, donde se encuentran las miradas que huyen de los limites geométricos, una gran escultura formada por imágenes intervenidas, y cuyo aspecto quizá nos resulta más familiar con los procesos de la memoria, parece reconciliar la historia con el caos.
Las alusiones fluviales que se citan en el statement de la obra me parecieron oportunas y ayer, mientras el presente discurría en las tumultuosas y vibrantes aguas de una inauguración bulliciosa, no pude dejar de pensar, que solo seremos capaces de penetrar las oscuras del olvido en las que se hunde la historia desde la visión y sensibilidad del artista.
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